¡QUIERO LEER!

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Con ustedes… ¡Momiápolis!


Antes de que los arqueólogos y los cazadores de tesoros encontraran el Valle de la Mañana Eterna, sus habitantes vivían tranquilos.

En el centro de aquel hermoso Valle se alzaba una enorme, enormísima, enormisísima pirámide de muros gruesos y blancos. Sus puertas estaban selladas. Las aberturas y pasadizos, ocultos. Nadie podía entrar. 

Y a sus habitantes no les interesaba salir.

Momiápolis era la ciudad más poblada y bien orgullosos estaban los momiapolisences de su sombría belleza. Vivían en confortables casatumbas de uno o dos pisos, tenían parques con juegos macabramente divertidos y contaban con los más completos supermercados de alimentos polvorientos y putrefactos.

El lugar preferido de los niñomomias era una hamburguesería donde compraban el Sarcofaguito-Feliz. El combo incluía una deliciosa hamburguesa de guijarro con barro derretido, un paquete de piedritas fritas y una roca helada espolvoreada con cenizas.

Nessiriti y su mamámomia vivían en una horriblemente bonita cámara mortuoria frente a la plaza central, la más mohosa y atractiva.

La Escuela de Educación Tétrica quedaba cerca. La señorita Cloclopatra era una momimaestra muy estricta que se vestía con los vendajes tensos y austeros. Les enseñaba matemómicas, ciencias momeriles y a leer y escribir en jeroglífico.

A Nessiriti, más que nada, le gustaba leer.

Podía pasar horas y horas leyendo tablitas, tan concentrada que ni siquiera miraba a Shepsitaneskaf, un chicomomia del barrio que para atraer su atención saltaba donde nadie se atrevía y alcanzaba lo que nadie alcanzaba.

Sheps estaba muy molesto por esa indiferencia y no se le ocurría qué inventar para que la niñamomia se fijara en él.

Hasta que un día…















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